El recorrido museográfico recrea las 12 horas laborales de un día cualquiera en una calle anónima del Centro Histórico de la Ciudad de México, allá por los años 60 del siglo pasado. El espectador se adentrará en una ilusión temática a través de las actividades que se desarrollaban -y que en algunos casos- lo siguen haciendo en nuestras calles; en la actualidad algunos de los oficios que tratamos, si bien no se encuentran en su apogeo, sí continúan dando trabajo a no pocas familias capitalinas como: las del rotulista, el taquero, el fotógrafo, el voceador; sin embargo, hay otros que adolecen del peligro de extinción debido a la industrialización y el cambio en los hábitos de vida de la población citadina.
Como el propio nombre indica, la exposición trata del devenir cotidiano de un día cualquiera en la rutina de esta ciudad en la que vivimos. Pequeños giños orales, costumbres cívicas que aparentemente son invisibles, giros en el metalenguaje de uso popular, chascarrillos jocosos; los juegos de palabras del alburero y el tropiezo gramatical. Todo envuelto en una estética de arrabal coloreada e ilustrada por ese otro muralismo mexicano, el del puesto, el de los escaparates, el que no respeta la anatomía ni la perspectiva que enseñan en las academias oficiales, el que se bebe de la filosofía de la improvisación, ese arte útil de técnica autodidacta y del alambrito, con su particular visión ingenua y tan natural de quien es artista por naturaleza y no lo sabe.
Cuando el visitante entre a la sala, podrá caminar entre los oficios y los comercios que habitualmente ve -aunque no mire- en las calles de México. Desde la madrugada y figuradamente, pasará frente al horno de pan, junto al voceador y puede que compre una guajolota al tamalero para su desayuno.
A lo largo de la mañana, hablará con el evangelista, caminará junto al jarciero, rebuscará en el montón de vestimenta del ropavejero, le dará una moneda al organillero y también podrá arreglarse con el plomero y el albañil para que realicen alguna talacha en su casa; desde la calle, podrá acceder a la recreación de una tradicional vecindad del centro histórico, donde ese espectador tiene que encontrarse con el mecánico para que le compongan su auto y de paso, tomarse las medidas para su nuevo saco con el sastre.
Al mediodía, de regreso a la calle podría parar un taxi de los “Cocodrilos” para que lo acerque hasta la Alameda; allí descansará bajo la sombra de los árboles y cotorreará con el vendedor de merengues, e incluso se hará una foto de recuerdo y después degustará un delicioso helado de fruta natural; tras esto, recordará que su vieja le hizo un mandado porque necesita unos objetos de cocina y se adentrará en un tradicional taller de afiladores para adquirir un buen cuchillo o una excelente tijera. ¡Con tanta actividad se le hizo tarde a nuestro visitante! deberá salir del taller y dirigirse caminando por la calle hasta la otra Alameda del centro, la que se encuentra en la colonia Santa María la Ribera y allí, impregnado de ese paisaje de principio del Siglo XX, a un costado del muy conocido kiosko morisco, nuestro espectador será testigo del famoso crimen de “La Tamalera”, verá a la parricida custodiada por la autoridad y al desdichado esposo siendo retratado por un avezado fotógrafo de nota roja. Mientras esto sucede, un joven voceador ya canta la última novedad de una ciudad que está creciendo vertiginosamente en población.
Al atardecer aparecen otros oficios en las calles, el vendedor de camotes con su peculiar y sonoro carrito, el taquero despacha mercancía bajo su sudoroso puesto de lámina, la vendedora de quesadillas alimenta a los jóvenes estudiantes que se dirigen a la pulquería mientras el diablero recoge y transporta los puestos de otros tras una larga jornada de trabajo.
Será en ese momento cuando nuestro intrépido visitante se dará cuenta que lleva todo el día de pata de perro y para descansar y relajarse, qué mejor que adentrarse en un ambiente tan mexicano como el de una tradicional pulquería, ahí es donde se mezcla todo el folclor urbano y se convierte en el punto de reunión del resto de los oficios que el visitante observó durante su recorrido, cuando al igual que esta exposición, concluyen su día de trabajo.
Desafortunadamente, cada día se juntan menos oficios en las pulquerías reales y poco a poco se van extinguiendo las luces, la chamba, las obligaciones y a la fuerza… los oficios.
Elaborado por:
DAVID ISRAEL PÉREZ AZNAR
Coordinador de Curaduría y Museografía
MUSEO DE ARTE POPULAR
Revillagigedo No. 11 (entrada por Independencia) Estaciones del Metro y Metrobús; Juárez e Hidalgo, Centro Histórico Cd. de Mexico Tel.- (+52) 55 55 10 22 01
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